Es habitual en un proceso terapeútico encontrar resistencias por parte del paciente. La resistencia aflora cuando la voluntad de evolucionar es sobrepasada por el miedo a doler o a desmontarnos a nosotros mismos. Cuando tocamos algunas huellas emocionales que son difíciles de transitar, lo natural es que nuestra mente se resista y se refugie en la pauta defensiva del miedo. Y es que crecer implica, tantas veces, revisar pautas, sentir emociones difíciles y cuestionar algunas conductas o pensamientos habituales.

Algunos mecanismos o señales que indican alguna resistencia a avanzar en terapia son las frases del tipo:

1. No me hace falta, no lo necesito, en realidad no estoy tan mal.

2. No tengo dinero o no tengo tiempo.

3. El terapeuta no es el adecuado.

4. Sentir una evolución y creer que el proceso está cerrado.

El miedo al cambio nos enfrenta a lo desconocido, al peligro o al dolor y hace que nos preguntemos ¿qué pasará si me muestro vulnerable? ¿quién soy si dejo de victimizarme y tomo las riendas de esta situación?

El proceso de la conexión interior denomina “Yo Herido” a esa parte infantilizada de nosotros que creció con mucho miedo y que encuentra eficaces excusas para no resolver los síntomas de su malestar. No encontrar una hora semanal o quincenal para nuestro proceso terapéutico es una forma clara de negación, otra manera de decir “no merezco estar mejor”.

Cuando el terapeuta confronta al paciente con dichas resistencias es una oportunidad para tomar conciencia de los propios boicots, que probablemente darán nacimiento a nuevos frutos.