El proceso terapéutico significa una relación vertical con unos objetivos previamente acordados. Tantas veces, es la propia intuición del cliente el motor que impulsa la decisión; otras, el entorno de la persona que logra convencer al paciente. En este último caso es una relación arriesgada ya que la propia voluntad de asumir la responsabilidad de la decisión es fundamental a la hora de comenzar el proceso.

Otra característica fundamental del viaje terapéutico es que, al ser una relación vertical, la intencionalidad, debe ser siempre hacia abajo, es decir, hacia el paciente. Todo el proceso es para su beneficio ya que el protagonismo es exclusivamente suyo, cada paso se concatena por y para él. Aquí la paciencia y la neutralidad del terapeuta son fundamentales, ya que como profesionales precisamos no solamente revisar los casos con otros compañeros, sino confrontar de manera constante nuestra propia sombra.

Una terapia es una relación profesional en la que nos expresamos y actuamos para estimular algo en el interior del paciente. Le acompañamos hacia donde vaya. Le aceptamos haga lo que haga. Le quiero por ser él. Él decide los objetivos y cada paso debe ser aceptado por él.

El terapeuta no tiene pócimas mágicas ni tiene la capacidad de sanar, es el propio paciente el que asume la responsabilidad por su proceso de autoindagación y ello implica altas dosis de autonomía. Para desarrollar sus destrezas profesionales, el terapeuta tiene dos procesos paralelos: la formación profesional y su propia psicoterapia personal. Será en esta última donde irá incorporando ciertas habilidades de su propio terapeuta, aprendiendo por modelaje a la vez que experimentará desde dentro todo el proceso de cambio. Hará consciente el proceso por el que va resolviendo a su ritmo. Madurará y favorecerá la incorporación de ciertas habilidades necesarias para una buena práctica profesional, como por ejemplo la paciencia.

La cualidad de la paciencia va unida al respeto del ritmo del paciente, fundamental para que el proceso sea siempre suyo y no del terapeuta. Es necesario llenarse de calma y de honestidad para, aún viendo e intuyendo cuál va a ser el camino, esperar a que nuestro cliente resuelva y decida por sí mismo sin adaptarse al terapeuta. Darle tiempo para que elabore por sí mismo los pasos de su camino. Que aprenda a resolver de forma autónoma los conflictos y vaya descubriendo, siempre bajo nuestra protección y acompañamiento.

De este modo, la terapia podrá fluir en este viaje profundo y maravilloso hacia su sanación y libertad.