Estar dispuesto a serlo todo no es lo más común. La identificación con la mente racional forma parte de nuestra cultura y es lo habitual. Cuanto más meditamos nos damos cuenta que el mandato del pensamiento adquirido está sobredimensionado, vinculado al viejo paradigma de querer tenerlo todo bajo control.

En un proceso terapéutico podemos aprender a vivir plenamente sin las máscaras de protección del miedo tejiendo un nuevo puente entre un ego sano y la intuición del corazón.

Ser parte de este proceso significa abrirse a lo espiritual y también a lo que venga sin las máscaras psíquicas de defensa y protección. Significa vivir a través de los miedos, con todas sus aristas, aunque duela. Significa que uno se embarca en la experiencia de vivir más sensiblemente, una nave que tantas veces asusta y otras, genera placer, pero que definitivamente, aporta riqueza y verdad.

A veces el miedo es real pero sabemos que un 90% de ellos se nutre de falsas creencias. Nos da miedo vivir plenamente, sentir, conectar con la vulnerabilidad que somos y soltar el caparazón.

Tantas veces una terapia promueve movimientos vitales significativos, y aquéllos que hacen click comparten que cuando llega el dolor, éste es más honesto, también la alegría. Sienten el odio o la impotencia con más claridad, pero también el gozo y el contento.

Necesitamos aprender lo esencial del ser humanos y entregarnos plenamente, y convertirse en las propias potencialidades implica crecer, mover la energía, desarrollar el coraje necesario para ser, atravesar y remover cimientos antiguos y aprendidos, tomar decisiones y sobretodo sumergirse de lleno en el torrente de la vida. Tantas veces, la recompensa soñada es vivir desde la confianza y gozar de una libertad interior.