Previo a discernir con la persona el asunto en terapia, trato de guiarle a un estado de no-mente. Entiendo este estado meditativo como un simple ejercicio que no está ligado a ninguna cultura. Un acto sencillo que solo requiere voluntad y hábito en el que sentados con la espalda erguida y los ojos cerrados, cultivamos la sensación de estar, en nuestro propio lugar, atentos y en total presencia. Así entrenamos nuestro estado de ser sincronizando la mente y el cuerpo.

En la observación de la propia respiración contribuimos a aliviar la intensidad del pensamiento condicionado al estar plena y completamente presentes.

La intención de abrirnos a la propia receptividad, a la experiencia del momento con amabilidad, más allá de la idea preconcebida de meditar, el juicio o las expectativas, será otra de las claves.

Cuando nos relajamos y apreciamos nuestro cuerpo y nuestra mente ganamos terreno hacia la bondad básica que todos portamos en nuestro interior.

Sentir ternura hacia nosotros mismos nos permitirá percibir con mayor precisión tanto nuestros conflictos como potencialidades. No necesitamos exagerarlos, sí desarrollar el cariño y el aprecio, porque solamente desde este lugar podemos superarnos y ayudar a los otros.

Gracias a esta práctica aprendemos sin engaño a ser auténticos y a estar plenamente vivos.