A diario tengo el privilegio de nutrir mi vocación y con un firme propósito. Acompañar a personas valiosas en sus procesos de autoconocimiento y mejora siendo testigo de sus lugares más vulnerables, pasiones y memorias más desasosegantes. Esta profesión de servicio me conecta con una amalgama de infinita riqueza y la gratitud que siento es enorme porque contribuye a nutrir el epicentro del amor. Tantas veces discernimos, recordamos juntos quiénes somos en esencia y para qué estamos aquí. Y la verdad es que somos hijos predilectos del Sol y la madre Tierra. Un milagro de la naturaleza, fruto de una unión perfecta y con un tiempo de disfrute limitado. Intuyo que detrás de este milagro divino del estar aquí y ahora hay un sentido mayor.

Nuestros hijos están siendo testigos de una era retadora, con sus fenómenos extremos y condiciones de guerra y desigualdad. Parece un momento idóneo para agitar la conciencia, socialmente estamos desorientados y muy desconectados de nuestra verdadera naturaleza. Las pujantes consecuencias de la tecnología así como el desasosiego de liderazgos mundiales infantilizados están sacando a la luz la obsolescencia del paradigma occidental acelerado y consumista.

Como colectivo humano es el momento de despertar a otra dimensión más real y profunda, de revisar nuestro sentido vital; así como de recordar nuestra dimensión más espiritual y creadora. Necesitamos recuperar la sencillez, poner en valor  la propia vida, proteger nuestra relación con la naturaleza y revisitar el paradigma saludable del ser humanos.